viernes, 6 de mayo de 2011

EL HOMBRE PASTOR


Nunca hay que menospreciar la capacidad de las personas para controlar a más de un ser vivo a la vez, sea cual sea. Guillermo Montblanc, pese a parecer una persona de débil cuerpo y mente, desarrollaba tal capacidad con ilustrísima maestría.
Guillermo Montblanc era pastor de animales, en general. Nunca quiso especializarse en ninguno en concreto porque según él, y cito textualmente: “Mis capacidades pastoriles son de tal envergadura que estoy obligado a no cerrarme a ningún ser vivo andante y/o pensante”. No se piensen ustedes que esto de ser pastor se consigue de un día para otro, en el caso de Guillermo ha sido una ardua tarea desarrollada no solo por él, sino también por sus antepasados que supieron transmitir a las mil maravillas el arte del dominio animal.
El abuelo de Guillermo ya desempeñaba sus dotes en su juventud adiestrando abejas salvajes. Cuando sus amigos del pueblo le decían:
- Ei, Montblanc, vente con nosotros a verle las tetas a la Dolores que se está cambiando otra vez sin cortinas!
Él sabia de sus responsabilidades para con su futura profesión y contestaba con un rotundo:
- No, para mi solo hay una reina, le he puesto Antonia y hace la mejor miel del continente.Y con eso, cerraba las puertas a cualquier distracción que le arremetiera. El primer Montblanc consiguió que las abejas salvajes del Priorat se ordenaran por tamaño y oficio al son de “la cucaracha” y todo eso a la tierna edad de 46 años.
Tal logro con las abejas del Priorat animó al primer Montblanc a someter y fecundar a una fémina vecina de fama rebelde. De su unión nació el segundo Montblanc, el padre de Guillermo. El padre de Guillermo optó por los jabalíes, decisión que indignó a su padre. Al rey de las abejas no le gustó que su hijo se decantara por los mamíferos, le parecían fáciles y modosos aunque tuvieran una gran cornamenta. Pese a las réplicas de su padre, Montblanc júnior se esforzó muchísimo en controlar las manadas de jabalíes que rondaban los campos de su hogar. Pasó gran parte de su juventud viviendo entre jabalíes, comiendo bellotas y amamantándose de la leche de sus madres. Finalmente consiguió establecer conexión emocional con el líder de la manada que, gracias a unas fricciones y melodías, se sometió a Montblanc. Los jabalíes respondían perfectamente a la palabra “cucurucú” y sucumbían a las órdenes de su nuevo líder: Montblanc, el gran jabalí.
Como era tradición, después de sus logros, los Montblanc optaban por la procreación. Esta vez la afortunada fue Rita, la mujer velluda. No hay que decir que la anomalía genética que dotaba a Rita de gran cantidad de vello fue un aspecto determinante en el enamoramiento de Montblanc que todavía seguía considerando a los Jabalíes como sus iguales. De esa unión nació Guillermo.
Yo conocí a Guillermo en una excursión al campo. Le encontré acechando a un grupo de conejos silvestres con un silbato. Según me contó más tarde, trataba de conseguir que se aparearan unos con otros cada vez que tocara un número impar de sonidos. Digamos que una servidora era mucho más sensible a los silbatos impares que los conejos silvestres por lo cual, terminamos copulando a la sombra de una Encina común. Montblanc me sedujo hasta límites inhumanos, rápidamente y con decisión. Fueron unas horas intensas de pasión y animales. Desafortunadamente para mi, Guillermo todavía no se había realizado del todo como pastor y, como buen Montblanc, no sería hasta ese momento en el que se decidiría a procrear.
Según ha llegado a mis oídos, Montblanc sigue intentando someter a todo tipo de animal sobre el planeta con absoluta entrega. Por mi parte les mentiría si negara que, dentro de mí, todavía guardo una pequeña esperanza de volver a oír su silbato y ser la futura madre de un nuevo Montblanc.

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